martes, 25 de diciembre de 2012

El mensaje que el Rey estuvo a punto de dar

 

Buenas noches,

En esta Nochebuena, como cada año, quiero reflexionar con vosotros sobre lo que nos preocupa y también sobre nuestras esperanzas.

En concreto, me gustaría referirme a tres asuntos: la crisis económica, la fortaleza de España como nación europea e iberoamericana y la necesidad de reivindicar la política como instrumento necesario para unir las fuerzas de todos y acometer la salida de la crisis y los retos que tenemos por delante.
No creo exagerar si digo que vivimos uno de los momentos más difíciles de la reciente historia de España.

La grave crisis económica que atravesamos desde hace unos años ha alcanzado una intensidad, una amplitud y una persistencia en el tiempo que nadie ha sabido prever, atajar o paliar. Los ciudadanos sufren hoy su rigor, que está poniendo en entredicho el bienestar de no pocas familias. Pienso en tantas personas de todas las edades, pero muy especialmente en muchos jóvenes, que se levantan cada día con sensación de inseguridad y desánimo por la difícil situación de sus economías, la falta de empleo y las inexistentes perspectivas de futuro.

Es lógico que exista pesimismo ante la falta de respuesta de nuestros gobernantes, y que sus efectos se dejen sentir en la calidad del clima social que vivimos. Dice mucho del estado de salud de nuestra ciudadanía el que, ante la ausencia de soluciones a los problemas que les cercenan sus proyectos de vida y ante los continuos ataques hacia sus derechos conquistados, salgan a tapar las calles como repulsa a unas políticas que aplastan los intereses del pueblo en beneficio de los de siempre.

Ése pesimismo está además generando un desapego hacia las instituciones y hacia la función política que no hace otra cosa que recordarnos que ésta lleva demasiado tiempo sin cumplir con su obligación: gestionar nuestro estado del bienestar velando por la igualdad de derechos y oportunidades independientemente de la condición social, económica, racial o de género de sus ciudadanos.

Frente a este pesimismo, como frente al conformismo, cabe encontrar nuevos modos y formas de hacer algunas cosas que reclaman una puesta al día. Y de entre esas cosas no excluiré la institución a la que represento. La Monarquía se ha visto implicada en los últimos tiempos en situaciones que no han hecho más que contribuir a ese desprestigio. Y es por ello que no puedo eludir la autocrítica hacia comportamientos poco o nada ejemplarizantes que han tenido lugar en mi entorno más cercano.

Ahora más que nunca cualquier representante público debe velar con celo la pulcritud de sus actuaciones y comportamientos. Por honestidad, por sentido de la responsabilidad, y por el respeto a la imagen que proyectan del sistema al que representan. El peso de la ley sobre quienes se han aprovechado o han sacado rédito de su posición de privilegio, debe contribuir a restablecer la credibilidad y el buen nombre de la cosa pública. Caiga quien caiga.

La realidad actual es compleja y no siempre fácil de entender ni de solucionar en el corto plazo. Austeridad y crecimiento deben ser compatibles. Pero hay conquistas y derechos irrenunciables que hoy se cuestionan, cuando no directamente se eliminan, y que ponen en serio riesgo el bienestar de mañana y la protección de los derechos sociales que son seña de identidad de nuestra sociedad desarrollada.

Para que nuestra economía vuelva a crecer tenemos que poner orden en nuestras cuentas. Recortando el gasto en lo superfluo o en los privilegios injustificados de unos pocos. Exigiendo mucho más a los que mucho más tienen después de unos años de pingües beneficios. Persiguiendo ferozmente a evasores y tramposos que vienen mermando de manera sistemática las arcas del estado mientras dan lecciones de esfuerzo y sacrificio. Y, sobre todo, orientando las políticas presupuestarias a las necesidades de las personas, no de los mercados.

España es parte de la solución a la crisis global y debe ser protagonista en la toma de decisiones en los grandes foros internacionales. Iberoamérica es parte fundamental de nosotros, como también nosotros lo somos de ella. Quizás sea el momento de mirarnos en nuestro propio espejo y superar complejos de superioridad. E incluso, porqué no, de tomar nota de alternativas a algunas de nuestras prácticas, claramente envejecidas.

Lo mismo acontece con Europa. Con la Unión Europea tenemos que seguir trabajando para superar las visiones puramente nacionales y reforzar las bases de solidaridad con las que entre todos hemos avanzado en el proceso de integración. E intentar introducir nuestra propia voz como país representante de la Europa del Sur. Una voz diferente, disidente y garantista de los derechos de los habitantes de los países menos favorecidos.

Pero no todo es economía. Por muy evidente que sea, no es malo repetirlo: no todo es economía. No ignoro que la política no vive hoy sus mejores horas en la percepción de los ciudadanos. Por esta razón yo quisiera esta noche reivindicar la política porque su papel es fundamental en la salida de la crisis.

Quiero reivindicar la política grande, esa que para destacar su dignidad y valor solemos llamar la política con mayúsculas. La que, desde el gobierno o desde la oposición, fija su atención en el interés general y en el bienestar de los ciudadanos. La que, lejos de provocar el enfrentamiento y desde el respeto a la diversidad, integra lo común para sumar fuerzas, no para dividirlas. La que sabe renunciar a una porción de lo suyo para ganar algo mayor y mejor para todos. La que busca el entendimiento y el acuerdo para encauzar y resolver los grandes y fundamentales desafíos colectivos. La que se cimenta en el espíritu de servicio y se acomoda a los principios de la ética personal y social. La que es capaz de sacrificar la satisfacción del corto plazo, a menudo efímero, para ensanchar el horizonte de sus ambiciones. Una política de la que, en fin, carecen actualmente España y Europa.

Para conseguirlo, es necesario promover valores como la igualdad, la justicia social, la solidaridad, la responsabilidad. Valorando, destacando y reconociendo el trabajo realizado desde hace más de tres décadas, debemos asumir que nos encontramos ante un nuevo tiempo. Un nuevo tiempo que requiere un nuevo marco de convivencia, que fortalezca el reconocimiento de nuestra pluralidad y el amparo de las diferentes lenguas, culturas e instituciones de España. Es hora de que todos miremos hacia adelante y hagamos lo posible por cerrar las heridas abiertas o, al menos, por no abrir otras nuevas. Lanzar desafíos y amenazas al Estado o atacar la cultura, la educación o la lengua de una Comunidad histórica no parece el mejor camino. Salir juntos de ésto será nuevamente un éxito de todos, ciudadanos e instituciones, basado en el respeto a las leyes y a los cauces democráticos.

La Corona puede llegar a imaginar el esfuerzo y el sacrificio que la ciudadanía está llevando a cabo. Muchos de ellos difícilmente justificables, por injustos y por infértiles. Quiero resaltar la actitud abnegada y leal de las familias y la solidaridad de muchas organizaciones asistenciales que, con su ayuda, tanto están contribuyendo a la estabilidad social, y que, al ocupar sus huecos, no vienen sino a demostrar el fracaso estrepitoso de los gestores de lo público.

También, el sacrificio de todos los españoles que dejan ahora nuestro país para conseguir mejores condiciones de vida. Desde aquí expreso mi vergüenza y traslado mis sinceras disculpas hacia ellos y sus familias por no haber sido capaz de contribuir a la construcción de un país mínimamente ilusionante y competitivo, en el que dar rienda suelta a su talento para ofrecer a sus conciudadanos el fruto de sus largos años de formación.

Son tiempos para que, los que de verdad pueden, se alcen en auténticos patriotas. En patriotas que antepongan la generosidad sobre el egoísmo. Generosidad, solidaridad y compromiso son valores que todos debemos reconocer, conservar y promover siempre y en estos tiempos más que nunca.

Feliz Navidad para todos y buenas noches.

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